Playas

Jericoacoara, el oasis del Nordeste brasilero

Yo fui por cuatro días y me quedé tres semanas” es una frase común entre los viajeros que transitan la costa brasilera cuando se refieren a Jericoacoara. Este pueblito de nombre curioso (al que muchos nombran cariñosamente como “Jeri) escondido en la costa de Ceará (300 kilómetros al oeste de Fortaleza), es menos resonado que otras playas de Brasil, y quizás por esto aún mantiene ese carácter especial de un tesoro que todavía está para descubrirse.

Lo cierto es que, cuando los turistas lo descubren, muchos son capaces de sacrificar la visita a las grandes ciudades del Nordeste por quedarse algunos días más disfrutando este paraíso. Otros, aprisionados por el magnetismo del lugar, se llegan a quedar meses. Pero las medidas del tiempo se diluyen en Jeri, un lugar donde los días transcurren sin prisa y las semanas, entre soles y fogones, se van como un suspiro. Y con un suspiro volvemos, pensando que la palabra “magia” debería ir con “j” de “Jericoacoara”.

 

COMO UN MAR EN EL DESIERTO

Gran parte del encanto de Jeri está en su ubicación aislada, lejos de las carreteras y los aeropuertos. La forma más común de llegar es tomando un bus desde Fortaleza (hay varios por día y el viaje lleva unas tres horas) hasta la localidad de Jijoca, y allí subir a una jardineira (camiones 4x4) que va atravesando dunas en dirección al Océano. La sensación, cuando divisamos el pueblito a lo lejos, es la de llegar a un oasis en medio del desierto. Las callecitas internas son de arena y no circulan vehículos más que los autorizados. Todas las calles corren paralelas entre sí, llenas de tiendas y barcitos en madera, y desembocan en uno de los mares más azules del continente. No hace falta empacar más que un par de chinelas para transitar el pueblo.

Al descender de la jardineira, varios comerciantes nos esperan para llevarnos a su hostal o posada. Hay de todo, desde albergues para mochileros hasta alojamientos boutique de alto nivel. Ninguna sería mi opción: traía anotado el contacto de un artesano que me daría alojamiento, que llevaba años viviendo en Jeri y que trabajaba en una tienda de surf. Para tener una idea de la dimensión del pueblo, no necesité esperar a comunicarme por teléfono: solo preguntando su nombre di con la dirección correcta. Todo el mundo es amable y dispuesto a ayudar; y hasta pude recargar el mate con un uruguayo que vendía remeras surfistas cerca de la playa. 

Viaje a Jericoacoara
Solo los vehículos autorizados pueden transitar el balneario 

 

LA PLAYA DE LOS RITUALES

Hace falta más que paisajes hermosos para que un lugar se sienta mágico. Esa mística la dan los rituales, y Jericoacoara tiene varios que son compartidos por todo el pueblo, tanto locales como turistas. La mañana, por supuesto, es para hacer playa, tomando un coco verde gelado que recarga instantáneamente la energía. Los barcitos en la bajada del pueblo se llenan desde el mediodía, incluso con alguna guitarra acompañando en vivo. Después de almorzar una buena moqueca (la sopa de pescado típica de esa región), pasé tardes enteras mirando el mar debajo de las palmeras, solo reactivando el movimiento para un chapuzón o para caminar un rato entre los botecitos de colores.

De tardecita, a eso de las cinco, todo Jeri se prepara para  el máximo rito de la jornada. Como si se tratara de un éxodo por la Independencia, todos suben a la duna más alta hacia el este de la playa (la “Duna do Pôr do Sol”) para ver caer el atardecer en el horizonte. Solo los kitesurfers parecen quedarse abajo. Cuando la luz solar ya se apagó, volviendo al pueblo por la orilla, encontramos un grupo de capoeiristas que improvisa su rueda a pasos del mar. La casi total oscuridad –Jeri no tiene alumbrado público- hace que el berimbau vibre aún más.

Y con esa energía ancestral no queda otra opción que pasar por la calle principal, donde ya hay varios puestitos funcionando con los tragos tropicales, a buen precio. Nada como una capeta (trago nordestino hecho con guaraná, canela y leche condensada) antes de seguir rumbo a nuestro alojamiento para descansar un rato antes de la noche.

El atardecer en la duna: el instante de mayor magia en Jeri
La hora mágica de Jeri

 

DEJARSE SORPRENDER POR LA NOCHE

Con las estrellas brillando como en pocos lugares, se enciende otra vibra en Jeri. Los que viajan en familia tienen un lindo paseo en la placita de los artesanos y sus coloridos puestos para llevarse algún souvenir. Hay muchos lugares para cenar cosas ricas, desde restaurantes sofisticados hasta platos caseros a menos de diez reales, todos con la ambientación rústica y tropical de Jeri. No puede faltar un helado de açaí con granola en Gelato & Grano.

Los amantes de las megafiestas no van a encontrar grandes discotecas, pero sí interesantes alternativas para escuchar buena música en vivo, tomar algo conversando con otros viajeros al aire libre o bailar sin poses en alguna fiesta semanal (más frecuentes en la temporada de verano). Un clásico que todo el mundo recomienda es el combo pizza+cerveza del Zchopp mientras suenan los himnos de Bob Marley en la voz de Glauber, músico local. De ambientación más alocada, el bar Dumundu sirve buenos tragos y se presta para charlas interminables después de la medianoche.

Bar en Jericoacoara
El bar Zchopp, un buen lugar para empezar la noche 

 

Lo demás es dejarse sorprender. Hay que estar atentos a los letreros afuera de los lugares, o preguntar a los lugareños cuál el que se enciende esa noche: puede ser una fiesta típica de forróuna banda de reggae local en la playa principal, donde confluyen todos los idiomas del mundo mientras los carritos siguen vendiendo sus latitas y cócteles hasta tarde, algunos hasta con luces y música ambientando la rua. 

 

HACIA LA AVENTURA

En los alrededores de Jeri la geografía ha creado algunos de los paisajes más fascinantes de Brasil. Hay que guardarse un día entero para cada uno de estos paseos:

 

PARQUE DE LAS LAGUNAS

Un paseo que no hay que perderse son las lagunas “Azul” y “Paraíso”, a pocos kilómetros del pueblo, como espejismos turquesas entre la arena blanca. La playa de las lagunas es aún mejor que la de la propia costa, con agua más tibia y transparente. Ambos lugares son muy tranquilos, y fuera de temporada podemos mirar al horizonte y no ver un alma caminando. 

Imposible no sentirse Brooke Shields en la peli "La Laguna Azul" (sobre todo si estamos en la laguna homónima) cuando nos dejamos caer en una hamaca remojada en la orilla. Las horas de relax absoluto solo se interrumpen para comprar un coco o almorzar un riquísimo pescado en alguno de los paradores. 

Lagoa Paraiso en Jericoacoara
La Lagoa Paraiso haciendo honor a su nombre
 

PEDRA FURADA

Si googleás “Jericoacoara”, casi en seguida aparece una postal de la Pedra Furada. Esta "roca agujereada" (tal es la traducción) a orillas del mar es uno de los emblemas de Jeri, y casi nadie se va del balneario sin conocerla. Por eso también es casi imposible encontrar la imagen intacta y deshabitada de los folletos turísticos, aunque el paseo en sí mismo bien valga la pena.

Es posible contratar traslados para ahorrarse la caminata, pero si quieren vivir la aventura a pie, hay dos caminos: uno bordeando el mar entre las rocas (los panoramas son increíbles, pero hay que tener cuidado con algunas escaladas) y otro subiendo la ladera por la que pasan los vehículos, que es un poco más aburrido pero más corto. La pedra furada recibe a los visitantes como un enorme portal para ingresar al mar, donde las olas rompen fuerte y, aunque sea difícil sacar una sin mucha gente alrededor, la energía que se respira es incomparable. 

Pedra Furada - Jericoacoara
 

Recomiendo ir temprano, andar con calma y llevar frutas y agua en la mochila. Pero si se animan a ir a la tardecita –como hice yo-, al volver pueden parar en uno de los bares frente a la playa principal, escuchar la banda local en vivo y brindar, una vez más, por tener el privilegio de pisar el paraíso terrenal en uno de los países más alegres del mundo.

 

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