América del Sur / Argentina

Más cerca del cielo: una ruta por el Norte Argentino

El Norte Argentino es fruto de la combinación de montañas de colores, pueblos anclados en terrenos imposibles, y sabores y músicas que parecería que emanan de lo profundo de la tierra. Comúnmente se lo denomina NoA, por sus siglas, y recorrerlo es un viaje que requiere de mucha calma para poder disfrutar de cada paisaje que nos regala. Lo mejor es partir del sur e ir hacia el norte, ruta que además nos permite habituarnos a la altura que se vuelve cada vez más poderosa.

 

Armando la valija

La ruta Tucumán-Salta-Jujuy es un clásico de los mochileros, y como buena amiga de las mochilas, así emprendí mi camino: buscando alojamientos y restaurantes económicos. Y la verdad, este es un viaje que cuida los bolsillos, con precios muy accesibles para dormir y salir a comer. El NoA tiene, sin embargo, propuestas para todos los presupuestos: tanto para familias con chicos como para quienes buscan hotelería de alta gama.

Eso sí, una advertencia: si lo que buscan es estar cerca de la Pachamama, les aseguro que se hará realidad. Y no solo en el sentido figurado. En el NoA vuela mucha tierra en prácticamente todos los lugares de la ruta. La ropa nunca se mantiene intacta y no vale la pena ni empacar los lentes de contacto. Hay veces que incluso cuesta un poco respirar, y es que a ese polvillo que flota en el aire debemos sumarle la altura del lugar (que en algunos puntos llega a los 3000 metros). Pero ojo, uno se acostumbra fácilmente a sobrellevarlo, tomando agua o mascando coca por ejemplo. Además, el paisaje es tan increíble que hace que olvidemos el cansancio.

Durante los días de invierno puede hacer bastante calor porque el sol pega fuerte en la altura (fundamental llevar filtro y lentes de sol), pero apenas atardece refresca y las noches solo se salvan con un buen abrigo (y un vino, que no es difícil de encontrar). En verano, el calor puede ser demasiado sofocante pero, por suerte, se registran muchas lluvias que hacen que los ríos crezcan y que estén a la orden para refrescarse. Todo ello obliga a que nuestra valija incluya ropa para todas las estaciones y un buen par de championes para afrontar las caminatas.

Pese a la gran amplitud térmica, los norteños se enorgullecen de vivir en “el mejor clima del mundo”, donde algunos lugares tienen más de 360 días de sol al año.


El famoso Cerro de los Siete Colores en Jujuy, imperdible

 

Preámbulo: las Sierras de Córdoba

Aunque Córdoba no se considera estrictamente el Norte (de hecho, la cultura cordobesa es mucho más cercana a la nuestra que a la norteña), es un excelente punto de partida para conocer esta región de Argentina. El viaje en bus desde Montevideo a Córdoba Capital es breve (15 horas), y la ciudad tiene mucho para ofrecer en cuanto a historia y cultura. Es buena idea hacerse dos días para conocer la capital del cuarteto y el Fernet (aunque me haya quedado con muchas ganas de ir a un baile de cuarteto), y desde ahí salir a conocer algunos pueblitos serranos muy atractivos.

 

Córdoba Capital

La zona céntrica de la ciudad, que concentra los principales atractivos, es fácilmente caminable. Hay que recorrer el casco histórico, con sus lindas plazas y peatonales de adoquines. La Manzana Jesuítica y el Paseo del Buen Señor son paradas obligadas.

Unas cuadras al sur del centro está el barrio Güemes, el más bohemio de la ciudad, en donde al atardecer se encuentran muchos barcitos bien ambientados para tomar algo y los fines de semana se arma un lindo mercado de artesanías. Avanzando por Güemes encontramos el Parque Sarmiento y el Museo de Bellas Artes, un palacio enorme con muestras interesantes de arte local. La ciudad se embellece al caer el sol: los edificios históricos se iluminan con efectos de colores y los faroles dan más encanto al centro.

Si se quiere hacer un paseo lindo por el día, se puede ir hasta La Cumbrecita (salen varios buses desde la terminal nueva), una villa de origen alemán sobre pequeñas sierras. Además de restaurantes y cervecerías típicas, hay varios senderos para hacer trekking que permiten descubrir cascadas. A la vuelta se puede parar en Villa General Belgrano, también de estilo alemán pero un poco menos turística, y tomar una cerveza artesanal. El paseo en bus es precioso, bordeando lagunas y sierras.


La Cumbrecita es ideal para hacer trekking

 

Capilla del Monte

Esta pequeña ciudad se encuentra a solo dos horas de Córdoba Capital y su gran protagonista es el Uritorco. El cerro domina la panorámica y cualquier calle perdida goza de la vista más increíble de la provincia. Es la primera gran elevación que vemos en el viaje y, a los que venimos de la llanura, nos impacta como si fuera el Himalaya. Se puede subir a la cima pagando una entrada de 180 pesos; la subida cansa pero la vista lo vale absolutamente.

Salvo la calle principal (la Diagonal Buenos Aires, que en un tramo se convierte en la famosa “Calle Techada”), donde abundan tiendas de souvenirs, hostales y restaurantes, Capilla es tranquilo y se respira ese aire pueblerino de vecinos que se conocen hace años y se visitan sin previo aviso. Sobre todo, el lugar es famoso por los fenómenos esotéricos que se dice que ocurren allí: hay un observatorio Ovni (van a ver muchos aliens decorando las vidrieras del centro), e incluso los dueños de algunos locales creen que sobre la ciudad se extiende otro igual pero en una cuarta dimensión (a lo lejos se ve un pico anaranjado que consideran la puerta de entrada a esa dimensión). Se puede creer o no, pero la energía sobrenatural se palpa tanto en el ambiente como en el frío seco del invierno.


Capilla del Monte, desbordante

 

San Marcos Sierras

A solo cuarenta minutos de Capilla del Monte, nos adentramos en un clima mucho más primaveral, con más verde y ríos caudalosos que en verano se convierten en balnearios. Este pueblito hippie es el paraíso de los mochileros, aunque también atrae a turistas en general buscando descanso y contacto con la naturaleza. San Marcos es colorido, sus casitas y almacenes típicos están pintados de colores, y en la plaza (con Wi Fi libre) hay circo casi todas las tardes mientras los vendedores se acercan con panes rellenos a salvar el mate. Hay un lindo anfiteatro, varios restaurantes (algunos con música en vivo a la noche), lindos hostales, un Museo Hippie (donde paradojalmente cobran entrada) y artesanías por todas partes.

Los apasionados de las caminatas pueden subir al Cerro de la Cruz y admirar la vista del pueblo; bordear la ribera del Río San Marcos (no sin mojarse los pies) hasta donde dé la energía; caminar hasta el balneario principal sobre el Río Quilpo y hartarse de juntar cuarzos; o tomar un bus hasta las Tres Piletas. Es tan linda la vibra de San Marcos y sus alrededores que más de uno va a tener ganas de quedarse vendiendo panes caseros.  


El Río Quilpo en San Marcos Sierras

 

Bajo lunas tucumanas

Desde San Marcos Sierras hay dos vías para llegar a Tucumán. Una es volver a la terminal de Córdoba y tomar un micro directo; y la otra es acortar camino yendo a la localidad de Cruz del Eje, de allí a Deán Funes (si hay largo rato de espera, la plaza tiene Wi Fi gratis), y ahí tomar un bus nocturno a San Miguel de Tucumán. A la provincia de Tucumán le llaman “el jardín de la República”, y eso ya se deja sentir en su capital, con sus calles llenas de naranjos y la proximidad del Cerro San Javier como gran atractivo natural. Pero la magia empieza cuando nos alejamos de la urbe hacia los Valles Calchaquíes.

 

San Miguel de Tucumán

Aunque en sí misma no es demasiado atractiva, la capital tucumana es una de las ciudades argentinas con más sentir histórico. Un solo día basta para visitar la “Casita de Tucumán”, donde se firmó la Independencia; la plaza principal con la Catedral; las peatonales bastante activas durante el día y los diversos museos históricos de la ciudad.

 

Tafí del Valle

Nunca me había pasado de estar en una terminal y querer quedarme horas mirando el paisaje. Eso ocurre en el momento en que bajamos del bus en Tafí: para donde se mire hay montañas, creando uno de los paisajes más deslumbrantes del norte. Montañas y cactus, que aquí hacen su aparición oficial y no nos abandonarán por el resto del viaje.

Tafí del Valle es una localidad pequeña, pero muy preparada para el turismo. Está llena de artesanías, hostales, hoteles de alta categoría, restaurantes y peñas para cerrar la noche a puro folclore. Después de tomar unos mates en la breve peatonal de casitas típicas, hay que subir al Cerro de la Cruz (sí, en casi todos los pueblos hay un cerro con una cruz) y seguir maravillándose con los panoramas. Eso sí, acá ya empieza a afectar la altura, así que a tomárselo con calma y mucha agua.  


Vista desde el Cerro de la Cruz

 

Amaicha

Si Tafí es un lugar totalmente orientado a los turistas, Amaicha es todo lo contrario: vida de pueblo silencioso y algo triste, donde las siestas podrían durar años y los almacenes parecen estar ahí desde siempre. Adivinarán que no hay mucho para hacer más que comer empanadas en el Restaurante Los Amigos, frente a la terminal; tomar unos mates en la plaza; y caminar sin prisa (la prisa acá no existe) por las callecitas de tierra del pueblo. “Vayan al río”, nos aconsejó Rosa, la dueña del hospedaje (“El Refugio”, 40 pesos la cama). Allí fuimos, imaginando una corriente de agua que diera algo de vida al panorama. Pero casi todo el año el río está seco: solo se ven las piedras, con las montañas de fondo. En verano apenas corre algún hilito de agua.

Si se quedan más de un día en Amaicha, pueden tomar el bus en dirección a Tafí y bajarse en Las Pircas, a unos quince minutos, donde hay un restaurante y un taller de artesanías. La vista desde ahí, a 2500 metros de altura, es una de las mejores de la provincia. Ahí mismo se puede tomar el bus que va hasta Cafayate, en Salta, bordando caminos montañosos con más vistas espectaculares.


Amaicha

 

Ruinas de Quilmes

Amaicha está muy cerca del mayor sitio arqueológico de Argentina: las Ruinas de Quilmes. Se trata de la fortaleza de los indios Quilmes, una de las grandes poblaciones precolombinas del territorio argentino. Es un lugar que conmociona no solo por la perfecta preservación de la ciudadela y las fortificaciones, sino por su historia: fue una de las comunidades que más resistió la conquista, hasta que los enviaron caminando hasta el barrio Quilmes, en Buenos Aires. Se puede contratar un tour guiado desde Amaicha (aunque también hay buenas ofertas desde Cafayate), algo más recomendable que ir por cuenta propia, ya que permite entender mucho más la historia del lugar.

 

Salta la linda

Cafayate

Incluso llegando a la medianoche, Cafayate se las arregla para mostrar por qué es la gran estrella del turismo salteño. Callecitas elegantes iluminadas con faroles, restaurantes y algunos bares abiertos hasta tarde, la enorme iglesia sobre la plaza junto a otros edificios antiguos, las casitas manteniendo esa estética inconfundible de una pequeña ciudad de montaña. Los amantes del buen vino llegan al lugar ideal: aquí se producen algunos de los mejores vinos de la región, que se pueden comprar en las numerosas vinerías del pueblo, conocer de cerca en las bodegas turísticas o descubrir su historia en el Museo del Vino.

Cafayate es la puerta de entrada a la Quebrada de las Conchas, que se extiende cuarenta kilómetros por la ruta hacia la ciudad de Salta. Allí se pueden ver piedras de las más diversas formas y colores, que fueron nombradas según sus similitudes: “el sapo”, “el Titanic”, “el zapato”… Pero el lugar más impactante es el anfiteatro natural, una garganta con gran acústica donde siempre hay músicos tocando y se escucha perfecto aunque estén a muchos metros de distancia.


El Anfiteatro ubicado en la Quebrada de las Conchas

 

Otros pueblitos salteños

Si queda tiempo, hay otros pueblos muy lindos que se pueden visitar desde Cafayate. Cachi, muy turístico, es un compendio de casitas antiguas bien cuidadas. A cinco minutos está el impresionante mirador del Cementerio, el más lindo del norte (y deben saber que los cementerios en esta zona son bellos, a los pies de la montaña y adornados con flores de papel multicolores). También se puede visitar San Carlos, con chacras típicas a solo 20 kilómetros de Cafayate; o Alemanía, un poblado de pocas casas y una estación en desuso, muy atractivo para los mochileros porque tiene zonas para acampar.  

 

Salta

Solo estuvimos un día y una noche en la ciudad de Salta, pero nos bastó para reconocer que está bien apodada “la linda”. Los edificios históricos iluminados y la movida de bares de la calle Balcarce compensan la quietud de las noches anteriores. De día se puede subir al Cerro San Bernardo en el teleférico, o tomar un bus de una hora a la localidad de San Lorenzo, donde el paisaje de yungas es un buen respiro verde entre tanta montaña árida.

También se puede contratar un tour a las Salinas Grandes, el salar más importante de Argentina; un desierto blanco donde se pueden ver las piletas de donde se extrae la sal. (En mi caso, como iba a Uyuni en Bolivia, no hice el tour, pero si el viaje es solo en Argentina vale la pena conocer este paisaje).


Impresionante vista desde el teleférico de Cerro San Bernardo 

 

Jujuy: por la Quebrada de Humahuaca

La bandera multicolor de los pueblos originarios se ve flameando junto a muchas puertas. El color arcilla predomina en el paisaje montañoso. Las cholas con sus bolsones de colores y sus largas trenzas nos venden las mejores empanadas del mundo. Estamos en Jujuy, la tierra de paso hacia Bolivia, cada vez más cerca del cielo.

Caótica y descolorida, la ciudad de San Salvador de Jujuy no vale la pena. Así que desde Salta tomamos un bus a la terminal jujeña, y de allí a Purmamarca, la localidad de entrada a la Quebrada de Humahuaca.

Purmamarca: Pocos lugares generan amor a primera vista como Purmamarca. Cuando ves las casitas de adobe camufladas entre los cerros rojos, verdes y ocres, sabés que te enamoraste para siempre y que no va a bastar con solo dos días. El pueblo es pequeño, con callecitas de tierra empinadas y una plaza bellísima, rodeada de locales de tejidos de llama. Uno podría pasar horas recorriendo las mismas calles, parando solo para comer una humita en alguno de los restaurantes.

El famoso Cerro de los Siete Colores reina en el panorama. Se puede subir a un mirador que da al frente (cobran tres pesos el ingreso) y regala una de las mejores vistas de todo Purma. Otro paseo clásico es el de Los Colorados, sobre todo cerca del atardecer. De noche se puede cenar en lo de Heriberto y terminar tomando algo con música en vivo en el bar Entre Amigos.  

Tilcara: Media hora después de Purmamarca, tras pasar el pintoresco pueblito de Maimará, está Tilcara, otra de las localidades patrimoniales de la Quebrada. Es más grande que Purma y con muchas más propuestas turísticas sobre sus dos calles principales (locales de artesanías, museos, dos plazas y restaurantes), pero le falta el encanto de las montañas multicolores tan cerca. El paseo imperdible es a la Garganta del Diablo; ocho kilómetros que los más intrépidos hacen caminando pero que se pueden recorrer en taxi. 

Humahuaca: Es la ciudad más grande de la Quebrada, con muchos servicios pero sin el encanto de los demás pueblitos jujeños. Lo más lindo para hacer es subir los escalones del monumento indígena en el centro, sin mirar atrás. Cuando te das vuelta, ves toda la Quebrada de Humahuaca y te sentís más diminuto que nunca en medio de esa inmensidad.


 Quebrada de Humahuaca 

 

Iruya: Para llegar a Iruya hay que tomar un bus desde la terminal de Humahuaca, que demora tres horas en recorrer unos 50 kilómetros zigzagueantes por la cornisa. Es el viaje con más vértigo de todo el norte, pero las vistas son tan impactantes que uno se olvida que va por una carretera sin barandas con el abismo a dos centímetros. Ver a lo lejos el pueblito sobre la montaña te deja sin palabras. Vimos muchas localidades a los pies de los cerros, pero ninguna construida sobre las laderas mismas.

Aunque se va desde Jujuy, Iruya queda en la provincia de Salta, que también tiene límite con Bolivia. Es un pueblo muy chiquito con identidad propia, a salvo del turismo de masas pero con buenos alojamientos y locales de comidas para pasar la estadía. Un puente une las dos laderas donde se instala el pueblo. De un lado, el centro, con la hermosa plazuela de la iglesia y sus cansadoras calles empedradas, todas en subida. Del otro, las casitas más humildes y los alojamientos más baratos, con vistas hermosísimas de la parte histórica. Lo tradicional es pasar un día entero en Iruya y al otro día emprender la caminata al pueblo de San Isidro, más chiquito y tradicional aún. Si no hay ganas de caminar, se puede contratar un tour.


Iruya, precioso

 

De vuelta a Humahuaca, solo quedan tres horas hasta la frontera con Bolivia; aunque la mixtura cultural de ambos pueblos ya se siente hace muchos kilómetros. Si se quiere seguir al norte, conviene pasar una noche en La Quiaca (ciudades poco atractivas si las hay) y a la mañana cruzar caminando la frontera a Villazón, ya en tierras bolivianas, para tomar el tren o el bus al Salar de Uyuni. Si el Norte Argentino ya nos dejó recuerdos suficientes, desde Humahuaca salen buses directos a Buenos Aires; y hasta se pueden pasar dos o tres días en la capital argentina antes de despedirse del maravilloso país hermano.

 

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